"Cuando un chico se mete en un lío, la gente dice: 'Es la mala compañía' ¿Y en mi caso? En mi caso la mala compañía era yo mismo..."
Son las palabras textuales de Jamie Lawrence, quien a los 23 años salió de la cárcel después de cumplir una condena de cuatro años por robo con intimidación. Pero tres meses más tarde, empezó su carrera de futbolista profesional de primera categoría en la Liga inglesa de fútbol.
Muy a menudo se acusa a las cárceles de ser lugares en los que los presos aprenden muchas cosas poco recomendables, como el tráfico de drogas, el desvalijamiento de casas, atracos a bancos. No es muy frecuente que un ex presidiario salga de la cárcel y llegue a tener gran éxito en la vida como en el caso de Jamie Lawrence. Muchos ex reclusos no encuentran trabajo por sus antecedentes delictivos y piensan que no tienen otra alternativa que reincidir.
Lawrence es una excepción. Llegó a ser un futbolista de primera categoría, y ahora se ha propuesto influir en los jóvenes y actuar de mentor de chicos de familias desfavorecidas que podrían entrar en una espiral descendente idéntica a la que siguió Jamie, de mal comportamiento y delincuencia, que desemboca en la cárcel.
La familia de Lawrence llegó a Gran Bretaña en los años 60, procedente de Jamaica. "Cuando tenía 16 años, mi madre y mi padrastro decidieron regresar a disfrutar del sol de nuestro país y querían que les acompañara, pero a mí me gustaba el deporte que practicaba, así que decidí quedarme aquí y vivir con mi hermana. Pero la vida era muy dura. No teníamos un céntimo ni perspectivas de futuro".
Y aunque jugaba al fútbol con equipos locales y se presentó a varias pruebas para jugar en clubes profesionales, ninguno le fichó. Así que, desilusionados e indecisos, Lawrence y sus amigos empezaron a meterse en líos: descerrajaban coches y cometían otros delitos menores, hasta que lo detuvieron en un coche robado y lo encerraron en una institución para delincuentes juveniles tristemente célebre, situada en Feltham, cerca de Londres.
Cuando salió de la cárcel no pudo encontrar un trabajo fijo, pero seguía lleno de energía y agresividad, así que Lawrence reincidió. Lo detuvieron en el momento en que estaba robando con intimidación y acabó en la cárcel de Camp Hill en la isla de Wight. Esto le cambió su vida.
Jamie empezó a jugar con el equipo de fútbol de la cárcel, al que le permitían jugar regularmente con equipos locales... y él siempre desempeñaba el papel estelar. "Estoy profundamente agradecido a Eddie Walder, director de educación física en Camp Hill", dice Lawrence. "Me dijo que creía en mí, que podría llegar a ser jugador profesional, y me dio incentivos para intentarlo seriamente".
Walder, un ex jugador profesional, recuerda: "Unas Navidades disputamos un partido amistoso contra un equipo local, el Cowes Sport. El gerente, Dale Young, es amigo mío y, cuando vio a Jamie preguntó si podría jugar con su club. El director comprendió las ventajas que tendría permitirle jugar, no sólo para Jaime, sino para la rehabilitación de presos en general, así que dio su consentimiento".
"Decidí que teníamos que darle a Jamie un buen gimnasio para que pudiera hacer con los chicos los ejercicios normales que se hacen en un gimnasio, pero también para que se entrenara y llegara a ser un buen futbolista", sigue.
"Jamie era muy diferente de los otros jugadores, pero se llevaba muy bien con ellos. Todos trabajaban a tiempo completo y sólo entrenaban dos veces por semana, pero, dado que Jamie trabajaba en el gimnasio de la cárcel, estaba increíblemente fuerte y en forma, y era imposible quitarle el balón", continúa Dale Young.
"Sí, me pasaba el día en el gimnasio", dice Jamie riéndose. "Cuando entré en Camp Hill pesaba 63 kilos y cuando salí, tres años más tarde, estaba en plena forma y pesaba 80 kilos por los músculos que había desarrollado".
Ése fue el comienzo del cambio radical en la vida de Jamie Lawrence. Muy pronto, algunos cazatalentos de clubes profesionales se enteraron de que había un ex presidiario que era un excelente futbolista. Varios fueron a ver cómo jugaba y finalmente fue el ex jugador inglés Terry Butcher, en aquel entonces gerente del Sunderland, quien le ofreció un contrato de un año.
"Probablemente, irme al norte fue lo mejor", reconoce Jamie. "Allí estaba lejos de mis antiguos compañeros y podía empezar de nuevo. Cuando entré a la cancha en Middlesbrough tocaron el "Rock de la cárcel" en mi primer partido y me pareció divertidísimo. Me parecía imposible que seis meses antes estuviera viendo en la televisión el partido entre el Sunderland y el Liverpool de la Copa Inglesa y que medio año más tarde me encontrara jugando codo a codo con esos mismos jugadores".
La carrera de Lawrence como lateral en el fútbol profesional duró diez años, a lo largo de los cuales fue ascendiendo a clubes como el Leicester City y pasó a la Primera División con el Bradford City. También disputó 42 encuentros internacionales por Jamaica. Actualmente, a sus 37 años juega con el Harrow Borough en la Liga Isthmian.
No obstante, el Harrow es sólo una parte de la vida de Jamie Lawrence. Hay otro equipo en el que vuelca su experiencia en pro de una buena causa, aprovechando las sabiduría que le ofrece el hecho de haber caído muy bajo para después llegar a ser uno de los mejores del mundo.
Y si bien Jamie habla en los patios del sur de Londres utilizando la típica jerga local, es un hombre inteligente y elocuente que se ha dado cuenta de que hay muchos adolescentes que muy fácilmente podrían descarriarse y seguir una espiral descendente de delitos menores para acabar en la cárcel, como él.
Por eso, a principios de 2007, Jamie fundó la Academia de Fútbol Jamie Lawrence (Jamie Lawrence Football Academy) con la meta de entrenar y capacitar a jóvenes jugadores con talento, además de proporcionar a los chicos una identidad a través del fútbol. "Puede que no lleguen a ser futbolistas profesionales, pero serán capaces de sacar mucho partido a sus vidas con las habilidades de las que disponen. Soy una especie de figura paternal, y me cuentan cosas que no dirían a nadie".
Efectivamente, Jamie está muy familiarizado con la cultura callejera, y su condición de ex presidiario y jugador de la Premier League inglesa le confieren de inmediato una enorme credibilidad, una mezcla embriagadora que impresiona a cualquier joven problemático. Tanto si se trata de problemas que afecten a juerguistas o mujeriegos, o tengan que ver con broncas, delincuencia, el fútbol, la fama o el dinero, Jamie los ha vivido en carne propia.
El centro de operaciones de Jamie está en la escuela Nightingale, un centro para niños que requieren una "atención especial", situado al sur de Londres. Los alumnos de esta escuela son chicos problemáticos o inadaptados. El nuevo socio comercial de Jamie, Carl Samuels, ya trabajaba con jóvenes en esta escuela cuando le hablaron de Jamie, y comprendió que había un gran potencial en la labor de este futbolista, así que le presentó al director de la escuela.
"Jamie sabe en qué grado de desarrollo mental se encuentran los chicos," explica Carl, "y logra relacionarse en un instante con los jóvenes. Queremos trabajar con chicos expuestos al riesgo de que se les expulse temporalmente de la escuela o de cometer infracciones. Queremos volver a reintegrar a los jóvenes en un esquema de educación a tiempo completo, y el fútbol les enseña la disciplina y las habilidades cotidianas que necesitan para integrarse en la sociedad. Algunos de nuestros chicos proceden de entornos muy problemáticos y se han visto involucrados en apuñalamientos y robos, ¡algunos a la tempranísima edad de 11 años!".
"Aquí aceptamos a chicos con problemas muy distintos, desde los que sufren el síndrome de hiperactividad y déficit de atención o síndrome de Tourette (que se mueven y hablan de forma incontrolable), hasta niños víctimas de agresiones sexuales o de origen muy humilde con problemas sociales", explica el Director Richard Gadd. "Muy a menudo son chicos solitarios por su comportamiento anómalo o por su incapacidad de comunicación que acaban teniendo relaciones muy breves, de tan solo un par de semanas, con otros niños, y después dicen o hacen algo equivocado y el grupo les excluye. Por eso es muy frecuente que se unan a pandillas, porque en ellas los comportamientos anómalos son más aceptables y allí se sienten parte de una familia".
A menudo son hijos de familias monoparentales, de madres jóvenes que tienen muy poca idea de lo que significa la disciplina; a veces son rechazados por sus padres y acaban en orfanatos o en casas donde cuidan de ellos.Por eso estos jóvenes quieren sentirse aceptados y formar parte de un grupo. Y tienen un papel que desempeñar en el equipo, lo cual les hace sentirse parte de una familia que la mayoría de ellos no tiene.
"Lo que Jamie ofrece es su capacidad de comprender por qué los jóvenes ingresan en pandillas y en el mundo de las drogas, y quiere apartarlos de esos ambientes para darles un objetivo", dice Gadd. Cada persona es diferente y no todo el mundo se adapta a la escuela, pero Jamie trabaja aquí con muchos chicos que antes no iban a clase y ahora sí lo hacen para poder jugar al fútbol. Incluso los que nunca venían a clase ahora vienen casi todos los días. Jamie les inculca el espíritu de equipo, y su trabajo se transforma en una obra social".
Jamie entrena a diario a los chicos en la escuela Nightingale, en un pequeño campo de fútbol en declive que se encuentra detrás de la escuela.
La mayoría de sus jugadores son alumnos de la escuela, pero hoy hay unos cuantos nuevos, entre ellos Cory, de 16 años. Es su primer día y llega al entrenamiento con muchísima antelación. Es un chico con pinta de estudioso, mulato, con gafas, muy tranquilo y taciturno, y reconoce, probablemente exagerando mucho, que está aquí "porque le expulsaron del colegio simplemente por tirar lápices a otro alumno".
De repente, Cory se anima y sonríe de oreja a oreja en cuanto empieza el entrenamiento y cree que es bastante bueno a la hora de saltar y hacer las flexiones que les manda Lawrence, y está muy contento con los ánimos que le da su mentor.
Jamie sabe cuándo debe alabar a alguien y cuándo debe reprenderlo, pero para hacer esto último recurre a las bromas, de forma que el mensaje llegue mejor a los chicos que si les soltara un sermón de maestro de escuela que no tendría ningún efecto. Las burlas están a la orden del día entre futbolistas profesionales, y Jamie crea este ambiente con los chicos de los que se ocupa para atraer su atención.
Otro miembro del grupo es Terry, que acaba de cumplir 15 años pero ya luce una impresionante perilla de varios días y unas piernas muy musculosas.
El padre de Terry, Jeff, con una barba muy parecida, está allí para ver jugar a su hijo. "La mayoría de los padres de estos chicos no se interesan por ellos", dice Jeff. "En las reuniones de padres de familia, mi mujer y yo muchas veces somos la única pareja presente. Terry está en esta escuela porque tiene ciertas dificultades de aprendizaje, pero está progresando mucho aquí y estamos luchando a brazo partido para que se quede y no vuelva a la escuela donde estaba".
Terry no se anda con rodeos, y en su primera sesión de entrenamiento le dijo claramente a Jamie: "¡vete a la m..., no pienso hacer eso!", cuando se le dijo que diera un par de vueltas al campo para calentar. Jamie no permite las palabrotas, así que el castigo estándar son diez flexiones, y como Terry también se negó a hacerlas, la sanción fue no permitirle jugar durante el partido. Y después de mirar durante un rato muy frustrado, dio su brazo a torcer, se disculpó, hizo sus flexiones y se le permitió jugar. A su antiguo profesor le parecía increíble, pero lo cierto es que, desde entonces, Jamie no ha vuelto a tener ningún problema con Terry.
El fútbol es un fuerte aliciente, pero sólo hombres como Jamie Lawrence comprenden lo que ese juego puede ofrecer a los chicos. "En primer lugar les enseña disciplina. A los chicos no les gusta que les digan lo que tienen que hacer. Si no les gusta la historia, o el inglés o las matemáticas y no son muy buenos en estas asignaturas, esconden su déficit haciéndose los payasos en la clase, presumiendo o llevando ropa estrafalaria. Tienen problemas con el profesor y después son expulsados de la escuela, lo que los margina aún más, y así entran en una espiral que puede desembocar en el vandalismo y la delincuencia".
Jamie y Carl consideran que el fútbol es un modo de comprometerse con estos jóvenes. Prácticamente ninguno llegará a ser jugador profesional, pero los entrenamientos les ponen en forma, les enseñan disciplina, y que tienen un papel que desempeñar en su equipo, lo cual los hace sentirse útiles y aceptados.
"Una de las cosas que trato de enseñarles ahora a los chicos", dice Jamie, "es que cuando sufres un contratiempo te desanimas, pero al mismo tiempo, este tipo de experiencias te obliga a luchar y a la larga refuerza tu autoestima. Sigue llamando a la puerta y un día alguien te la abrirá. Muchos chicos pueden tomarme como ejemplo. Éste es el trabajo más gratificante que he hecho en toda mi vida".
Gran historia,la verdad es que es muy interesante.
ResponderEliminarAunque nunca llego a ser un futbolista,siempre gusta leer cosas asi :)
Un saludo,teneis un muy buen blog,haber si dentro de unos meses se da mas a conocer,ya que es nuevo por lo que puedo ver en las etiquetas ;)
seguir asi ;)
Este no es el mismo que este año le dio un manotazo a uno de su equipo en la premier?
ResponderEliminarNo,el jugador del manotazo a uno de su equipo y que fue expulsado fue Ricardo Fuller,jugador del Stoke City ;)
ResponderEliminarGracias por tu comentario ;)
Grande lawrence
ResponderEliminarComo por hay arriba dicen,nunca fue un gran jugador,pero su labor social ahora mismo parece bastante grande con los jovenes problematicos.
Un saludo¡¡
jamaica tenia ke jugar mucho mejor :D
ResponderEliminarkon los ingredientes magicos ke tienen alli xDDDDDDDDDDDD